CARTA ABIERTA A LOS PASTORES DE MI CIUDAD


Hoy, quiero enviar un saludo fraternal  a los pastores de mi ciudad; hombres buenos, que un día sintieron en su corazón el deseo de servirle a Dios íntegramente; hombres que le creyeron a Dios, y empezaron a vivir por fe; hombres que fueron fieles a Dios y creyeron la promesa que desde el cielo Dios enviaba para ellos.

Los pastores de mi ciudad, son seres humanos, como cualquiera de nosotros; que cada día tienen que soportar las presiones del entorno; las presiones de la iglesia y su propia guerra interna que día a día tienen que enfrentar; a veces solos; a veces con el acompañamiento de sus familias.

Todo eso lo comprende el Señor.

EL PODER DE UN AMIGO


“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” Juan 15:13
Quiero empezar diciendo que soy un hombre con muy pocos amigos; que cuando veo aquellas personas a quienes llaman “con don de gentes” me invade cierta nostalgia; me hubiera gustado ser como ellos,  siempre rodeados de amigos por doquier.
Reconozco también, que tengo  muchas desventajas por tener pocos amigos, pero también tengo  una ventaja muy grande, los pocos amigos que tengo, los aprecio y me  aprecian en gran manera.
Los amigos tienen poderes sobre uno; a veces para bien y otras muchas para mal ¿quién no recuerda los desordenes con los amigos en el colegio?  Cuando le ofrecieron la primera cerveza o el primer cigarro o la vez que cometieron alguna imprudencia o cuando decidieron, escaparse a escondidas a bañarse al rio, son muchas historias buenas y malas en las que siempre están  involucrados los amigos (el parche, el carnal,  las panas, los ñeros como se  llaman cariñosamente hoy día).