Hoy, quiero enviar un saludo
fraternal a los pastores de mi ciudad;
hombres buenos, que un día sintieron en su corazón el deseo de servirle a Dios
íntegramente; hombres que le creyeron a Dios, y empezaron a vivir por fe;
hombres que fueron fieles a Dios y creyeron la promesa que desde el cielo Dios
enviaba para ellos.
Los pastores de mi ciudad, son
seres humanos, como cualquiera de nosotros; que cada día tienen que soportar
las presiones del entorno; las presiones de la iglesia y su propia guerra
interna que día a día tienen que enfrentar; a veces solos; a veces con el
acompañamiento de sus familias.
Todo eso lo comprende el Señor.