Creo que fue, cuando dejamos de
sacar tiempo, para estar en comunión con Dios, adorar escuchando una dulce canción, contarle en el
silencio de un lugar, nuestras penas y cuitas al Señor que empezamos a cambiar,
porque de verdad; son muchas las cosas que han cambiado.
Cambiamos nosotros, cambió el
evangelio, cambiaron los que lo predican; aunque hay algo que siempre me
reconforta “Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos” Hebreos 13:8 y además
dice, que su Palabra permanece para siempre. 1 Pedro 1:25.
Parece que la Biblia hubiese
dejado de ser suficiente, para entender lo que Dios nos quiere decir; ya el corazón,
no lo llenan las sabias palabras de un amigo, ni lo reconfortan las palabras
del que camina a nuestro lado; porque despreciamos las palabras y consejos del que
nos conoce desde niños, para ir y seguir en loca carrera las mil una, lisonjeras
palabras de extraños “ungidos” que nos hablan por la TV; que nos hostigan con
mensajes ilusorios desde la maraña de sus pensamientos; que llegan y nos
acompañan tres días y se llevan nuestras historias y nos dejan con hambre y sed
de ser como ellos; súper dotados, súper consentidos, amados y embajadores
directos de Dios.